cuarto piso

En el cuarto piso del hospital se cuida a los enfermos terminales. Allí, todo goza de una singular correspondencia de opuestos; las enfermeras sonríen con una artificiosidad que hicieron tan propia que ya les hes natural, con el fin de contrarrestar las doloridas caras de los pacientes; se hace vigilia para que los enfermos puedan dormir; las quimioterapias dañan para sanar. Increíblemente, esas fuerzas contrarias siempre logran estar en equilibrio, lo que crea esa incorruptible atmósfera de perfección y bienestar que reina en el piso, donde se curan o mueren tantas personas.
El piso entero no es más que un extenso pasillo, a lo largo del cual están las habitaciones. Continuamente circula por ahí mucha gente, tanto de día como de noche. En medio de ese tráfico constante, siempre se busca, casi obscesivamente, una paz que no admite sonidos. Desde las habitaciones, la gente se incomoda ante la percepción de la verguenza que acompaña a cada uno de los pasos que se dan en el pasillo, a pesar del cuidado que han puesto los paseantes al darlos. Los pasos van junto a la culpa que sienten por no llegar a ese mutismo que requiere la tranquilidad necersaria, que combina de maravilla con el blanco de las paredes . Tratan de ser mudos también los familiares y amigos de los enfermos que esperan su turno de visita en el pasillo. El lenguaje que prima entre ellos es el de los gestos, los que se hacen de manera sigilosa, como si fueran a sonar de lo contrario. No sólo las palabras se suplen por mímica para acallar el ambiente; los relojes de pared han sido sustituidos de a poco por unos digitales, para evitar el tic-tac del minutero; se barre el triple de veces para no usar la aspiradora; no se permite la entrada de los niños. Todo este tiento que se persigue tras cualquier movimiento, hace que todo parezca transcurrir como en cámara lenta. Sin embargo, los días pasan rápido, y mucho más los meses.
Como consecuencia de la inactividad en que se sumerge el sentido de la audición, las personas que habitan el piso tienen desarrollado en gran medida el del olfato. Por lo mismo, son sensibles a esa atmósfera tan cargada de distintos vapores, que se mezclan para producir el inconfundible olor del lugar. Los ramos de flores que nunca faltan, reconocen algo de su esencia en los perfumes violentos de las señoras mayores, y en la suavidad y frescura del de las más jóvenes. A esto se añade el olor de la comida que se prepara silenciosamente en la cocina, ubicada en medio del pasillo, y por supuesto, el aroma a cloro que siempre es el telón de fondo para esta amalgama.

Prueba

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